Quién no se ha puesto de espaldas al mar esperando a la ola.
A no verla venir, pero sabiendo que se acerca, que viene, que va a arrollarte. Que te arrastre a ti, y a todo lo que encuentre a su paso, hasta la orilla. Porque al final siempre está la orilla. Tosiendo salitre, sacudiéndonos la arena o con la piel erizada y sonriendo. Siempre se llega.
Pero el vértigo, sentir a ciegas la potencia con la que te alcanza esa espuma blanca… Pocas cosas arrollan con tanta fuerza.
Salta. Salpica. Recréate. Y crea olas. Que los mares en calma no existen…